Son un grupo de mujeres mexicanas que ayuda a los migrantes en ruta hacia EEUU
Las Patronas: Solidaridad al paso de 'la Bestia'
Viajan por centenares a lomos de la Bestia, un tren de mercancías que atraviesa México. Los desesperados migrantes se agarran al techo y al exterior de los vagones para llegar más rápido a los Estados Unidos. En medio del hambre, el frío y el miedo a morir encuentran la mano amiga de las Patronas, un grupo de mujeres campesinas que les dan agua y comida.
18 Dic 2017 | Ignacio Santa María | Soziable.es
Fotos: Ester Medina
Lo llaman la Bestia o el Tren de la Muerte. Es un tren de mercancías que recorre México de sur a norte. Cientos de miles de migrantes, que atraviesan el país ilegalmente rumbo a los Estados Unidos, se agarran fuerte a esta mole de hierro para llegar lo más pronto posible a su destino. El viaje es muy peligroso y como un Moloch moderno, la Bestia devora a muchos de los sin papeles, que mueren o quedan mutilados.
Pero cuando el tren pasa por una zona rural del estado de Veracruz, unas mujeres les esperan junto a las vías para entregarles bolsas con comida, botellas de agua y, lo más importante, darles afecto, apoyo y esperanza. Llevan 20 años haciéndolo y no faltan ni un solo día a la cita (ni siquiera en Navidad).
Las Patronas toman su nombre del lugar donde viven, el barrio de Guadalupe (la patrona de México), una pedanía de 3.500 habitantes perteneciente a Amatlán de los Reyes, un municipio situado a unos ocho kilómetros de la ciudad de Córdoba. Por esta región húmeda y montañosa y muy cerca de la casa de Norma pasa cada día La Bestia con cientos de migrantes ilegales adheridos al exterior de sus vagones.
Mujeres campesinas los esperan junto a las vías para entregarles comida, agua y apoyo
Todo comenzó una tarde en que sus hermanas Bernarda y Rosa volvían de hacer la compra y pasaron cerca del vía férrea. Había anochecido ya y las muchachas escucharon una voz que venía de lo alto del tren. Apenas alcanzaron a vislumbrar sombras de personas que desde el techo de los vagones extendían su brazo implorando algo de comida. Bernarda y Rosa les dieron todo lo que llevaban. Al volver a casa, contaron a su madre y a sus hermanas lo que les había pasado: “No sabemos quiénes eran pero tenían hambre y sed”.
“Nos preguntábamos ¿quénes son?¿de dónde vienen?¿por qué viajan de esa manera?”, recuerda Norma. La familia se conmovió y decidió ponerse en marcha. Lo primero que se les ocurrió fue cocinar frijoles, arroz y tortillas. Ponían todo en bolsas de plástico para repartirlo a pie de vía entre los indocumentados. Cuando la comida que tenían no alcanzaba para repartirla, vendían algunos de los animales que criaban y compraban más alimentos.
“Más tarde, empezamos a recoger botellas de la basura, lavarlas y llenaralas de agua para darles de beber. Pedíamos verdura en los mercados. Hacíamos bolsas con fruta. Tenemos suerte de vivir en tierras muy fértiles donde se dan bien la naranja, la guayaba y el mango. Desde entonces, les damos de la misma comida que comemos nosotros, como si fueran de nuestra familia”, explica Norma.
"Les damos de la misma comida que comemos nosotros, como si fueran de nuestra familia”
Así fue como esta numerosa familia de campesinos empezó a compartir su escaso pan con los migrantes ilegales, algo que por aquel entonces era considerado un delito. Por eso, tuvieron que ponerse a estudiar las leyes, ya que podían ser acusados de tráfico ilegal. “Debíamos decidir si queríamos quedarnos en casa y tener una vida tranquila o si seguíamos adelante y complicarnos la vida”, comenta Norma.
“No son delincuentes”
“No son delincuentes -insiste Norma- sino gente que sufre. Nadie sale de su lugar de origen por gusto sino por necesidad. Incluso si llegan a EEUU, allí pueden ganar dinero, pero están lejos de su familia y también les esperan historias muy duras”.
Además de compartir su comida, las Patronas tratan de sensibilizar a la sociedad mexicana para que no criminalice a los migrantes. A propósito de esto, Norma recuerda una anécdota: “Una mujer iba a tirar comida y le dijimos: ‘No la tire, dénosla para los migrantes’. Ella respondió: ‘Prefiero dársela a los marranos que a esos delincuentes’. Y yo le dije que pensara en su hijo, que también fue uno de ellos porque también se marchó a los EEUU”.
Los migrantes huyen de la miseria y de la violencia. Por ello, Norma es consciente que solo se podrá frenar esta marea migratoria promoviendo el desarrollo en los lugares donde se origina. “Hay que estudiar qué podemos hacer en los lugares de origen para que no se tengan que marchar. No hay apoyos para estudiar, no hay trabajo, no hay escuelas, parques ni canchas de deporte; solo hay cantinas y droga”.
“Hay muchos que mueren o quedan mutilados; otros llegan exhaustos tras caminar durante días”
A lo largo de estos años muchos voluntarios se han unido a las Patronas y así han podido abrir un refugio donde atienden a migrantes heridos o exhaustos. “Hay muchos que mueren o quedan mutilados. Otros llegan hasta donde estamos después de caminar durante tres días, agotados, deshidratados con síntomas de insolación”, explica Norma.
La representante de las Patronas echa la vista atrás para mirar el camino que han recorrido a lo largo de estos 20 años: ”Han pasado cosas buenas y cosas malas pero seguimos adelante, caminamos con problemas pero no nos detenemos”. Por su labor han recibido reproches y alabanzas a partes iguales: “Algunos nos acusan de favorecer la migración pero otros nos dicen: ‘¡Dios os bendiga por lo que hacéis!’”
Y prosigue: “Hay gente que simplemente nos pregunta ‘¿Por qué lo hacen?’”. Y esta mujer de fuertes convicciones religiosas responde: “La razón es servir al Señor. No somos nosotras quienes hacemos esto, es Dios quien lo hace en cuanto ustedes comparten un poquito de lo que tienen. Todo lo que hemos hecho es gracias a Dios, porque no tenemos dinero. Él es el impulsor de este movimiento”, concluye.
Un viaje lleno de peligros
Viajar agarrado a estos trenes supone jugarse la vida. Hay que resistir al agotamiento, el hambre, la sed, el frío el calor y todas la inclemencias del tiempo en trayectos que duran entre 20 y 25 días. Además resulta caro: las mafias cobran a cada persona 100 euros por cada estación que atraviesan, por lo que el viaje completo les puede salir por unos 1.200 dólares (algo más de 1.000 euros). Si no pagan les empujan y les hacen caer del tren.
Se calcula que entre 400.000 y 500.000 migrantes eligen este modo de viajar y que solo uno de cada seis llega sano y salvo a la tierra prometida. Los indocumentados se enfrentan a un sinfín de peligros. Muchos son los que tratan de sacar tajada de su desgracia. “Los taxistas y los conductores de autobús se aprovechan de ellos y les cobran más”, dice. Los clanes del narcotráfico también han montado un lucrativo negocio alrededor de la emigración y son frecuentes los secuestros. Pueden conseguir 2.500 dólares por el rescate de cada migrante que raptan.
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