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Según el informe ‘A Heavy Toll’ de Save the Children

Los niños y niñas de Ucrania han pasado 900 horas en búnkeres, más de un mes de su vida

Los niños y niñas en Ucrania se han visto obligados a esconderse bajo tierra durante una media de unas 920 horas en el último año −lo que equivale a 38,3 días o más de un mes− desde la reactivación del conflicto el 24 de febrero del pasado año, según estimó Save the Children.

El año pasado se anunciaron un total de 16.207 alertas de ataques aéreos.

Tras casi un año demoledor para la infancia, Save the Children ha evaluado esta problemática en su informe ‘A Heavy Toll’. En él se esboza el peligro constante al que se enfrentan niños y niñas cada día en Ucrania y se destaca la angustia psicológica de haber sido testigos de la violencia, la separación de la familia y de sus amistades, el desplazamiento o la falta de acceso a la educación.  

El año pasado se anunciaron un total de 16.207 alertas de ataques aéreos, con una duración media de una hora, según fuentes que utilizan datos oficiales para calcular el número y la duración de las alarmas antiaéreas en toda Ucrania. Estas sirenas avisan a la población de la amenaza de ataques por aire para que se dirijan a los búnkeres para refugiarse. Personas adultas, niños y niñas pueden llegar a pasar hasta 8 horas bajo tierra sin poder salir debido a los continuos ataques con misiles. 

En Járkov, por ejemplo, sonaron más de 1.700 sirenas el año pasado y duraron unas 1.500 horas en total, mientras que en las regiones de Donetsk y Zaporiyia se produjeron más de 1.100 horas de alarmas en cada una.  

A lo largo de la línea del frente en el sureste de Ucrania, los bombardeos casi nunca cesan. Allí, las familias se han visto obligadas a abandonar sus hogares −muchos de ellos ahora destruidos− para vivir bajo tierra sin poder cubrir sus necesidades básicas, como electricidad, agua o calefacción.

"Todos llorábamos, estábamos muertos de miedo", recuerda Sophia (nombre ficticio), de 16 años, cuando se despertó con las explosiones y las sirenas el 24 de febrero de 2022 en Járkov. Tras ser desplazada varias veces, consiguió que la evacuaran a ella y a otros ocho niños y niñas a Transcarpatia, cerca de la frontera con Eslovaquia, donde vive ahora con su abuela. 

Aunque esa región occidental se considera una de las más seguras, Sophia dice que el sonido de las sirenas sigue siendo frecuente. Cuando suena, suele pasar una hora en un sótano oscuro y frío bajo su casa unifamiliar. Sin embargo, si la alarma la sorprende mientras está en el colegio, refugiarse se convierte en una carrera de obstáculos. 

"Si suena una sirena antiaérea, los alumnos mayores, de 9º a 11º grado, nos vamos al ayuntamiento del pueblo. Allí han equipado un búnker", cuenta Sophia. "Tardamos cinco minutos en llegar corriendo o 15 minutos si vamos andando, pero siempre me he preguntado cuánto tardaría en llegar al refugio si llega el apagón, no oímos ninguna sirena y hay un ataque con misiles... Tardé 47 segundos".

Disponer de un búnker subterráneo equipado y totalmente amueblado no es algo que todo el mundo pueda permitirse y muchas personas siguen refugiándose en sótanos de bloques de viviendas u otros edificios, a menudo fríos y húmedos.

Refugios subterráneos en los colegios

En Dnipro, al este de Ucrania, los ataques son más frecuentes. Recientemente, la ciudad se vio conmocionada por un ataque con misiles que destruyó un bloque de apartamentos y se cobró la vida de 46 civiles. Una profesora de una guardería de las afueras de Dnipro contó a Save the Children cómo las sirenas antiaéreas son ahora una forma de vida para su alumnado: "Se visten, salen, dan una vuelta por el centro y bajan al refugio... Los niños y niñas tardan unos 3 minutos en prepararse para bajar", explica Svitlana (nombre ficticio), que junto con sus colegas debe evacuar a unos 200 niños y niñas −muchos de ellos con discapacidad− cada vez que suena la sirena. 

Con el objetivo de reducir el estrés provocado por las sirenas, el profesorado se las ha ingeniado para llevar a cabo simulacros lúdicos que sirvan para preparar a sus alumnos para las emergencias, para aprender a refugiarse rápidamente.

El sótano de centros educativos como el de Svitlana está ahora equipado para dibujar, jugar y bailar. Además, cada alumno y alumna tiene un puesto con una mochila de emergencia llena de agua, bocadillos, ropa de abrigo y juguetes.

Escondidos en el metro o en un aparcamiento

En ciudades más grandes, como la capital, Kiev, las familias llevan a sus hijos e hijas a aparcamientos subterráneos o estaciones de metro. Algunas incluso montaron tiendas de campaña en estos pasadizos subterráneos en las primeras fases de la guerra. 

"Al principio, cuando despegaban los aviones, nos preparábamos. Tenía miedo durante los primeros días de guerra, pero ahora todo es rutina. Cada uno tiene su mochila. La cogen y salen", dice Maryna (nombre ficticio), madre de dos hijos.

Consecuencias en la salud

El estrés de la vida cotidiana bajo los bombardeos está dejando graves secuelas en la salud mental de toda la población. La Organización Mundial de la Salud calcula que una de cada cinco personas que sufren un conflicto corre un alto riesgo de padecer algún tipo de trastorno mental y los síntomas se agravan a medida que se prolongan las hostilidades. 

Hace un año, el conflicto que se intensificó hasta convertirse en una guerra cambió drásticamente la vida de millones de familias en Ucrania, que se vieron obligadas a huir de sus hogares para escapar de las atrocidades que se extendían por el país. Muchos niños y niñas fueron testigos de la destrucción de sus hogares y escuelas, así como de la muerte de sus seres queridos por los bombardeos. Ahora que se cumple un año de guerra, la infancia sigue siendo testigo de nuevas oleadas de violencia.

“Los niños y niñas no empezaron esta guerra, pero están pagando el precio más alto. Sin embargo, lo que siempre me asombra es lo resistentes que son para soportar todos los desafíos y cómo si les damos una oportunidad saben convertir las experiencias difíciles en crecimiento", aseguró Sonia Khush, directora de Save the Children en Ucrania.