
Hoy, gracias a plataformas como Instagram, TikTok o YouTube, sus voces han resurgido con fuerza, construyendo historias únicas y alzándose, algunas de ellas, como líderes de opinión y activistas de referencia. Lo que antes era silencio o caricatura, hoy es identidad, diversidad y reclamo, cambiando en tiempo real la forma en la que la sociedad percibimos la discapacidad.
Este cambio no ha sido casual ni exento de retos. Un estudio reciente, publicado en 2024 en la revista científica UCM ‘Historia y Comunicación Social’ sobre la ‘Representación mediática de las personas con discapacidad en los informativos de televisión y en la prensa española’, muestra que las personas con discapacidad siguen teniendo una presencia baja en los medios tradicionales, lo cual hace notar una realidad: la invisibilidad sistemática de este colectivo en la prensa, el cine o la televisión. Además, tradicionalmente, las historias provenían de una mirada externa, a menudo condescendiente o dramática, sin casi espacio para la propia voz de las personas con discapacidad.
Pero la llegada de Internet y, más tarde, las redes sociales marcaron un antes y un después. Sin intermediarios, cualquier persona con acceso a un dispositivo y conexión puede contar su historia. Esta apertura de la narración, junto a una mayor atención social sobre la discapacidad, ha sido esencial para que muchos jóvenes –y no tan jóvenes– hayan decidido tomar la palabra.
Hoy, creadores como el deportista Álex Roca, que ha completado una maratón siendo la primera persona con parálisis cerebral en lograrlo; la logopeda tinerfeña Inés Rodríguez, quien visibiliza la discapacidad con humor y contundencia; el divulgador y activista Ugo Sin Hache o la influencer Patri Fashion, una mujer con discapacidad intelectual que comparte su visión sobre la moda, acumulan miles de seguidores que no sólo ofrecen una mirada desde dentro, sino que también confrontan prejuicios, sensibilizan a las personas y visibilizan realidades plagadas de diversidad que estaban acostumbradas a ser ignoradas.
Pero este nuevo espacio también conlleva riesgos significativos. La exposición pública en redes sociales exige un equilibrio delicado entre visibilidad y privacidad. La presión por generar contenido constante, ser observado continuamente y poder sufrir ‘hate’ o acoso digital pueden tener un impacto considerable en la salud mental de los creadores de contenido, especialmente en personas con discapacidad intelectual o aquellas que sufren trastornos psicosociales. La ansiedad, el agotamiento o una baja autoestima son riesgos reales cuando la identidad digital queda constantemente expuesta al juicio externo.
Otro desafío importante es la accesibilidad de las propias plataformas. Aunque la mayoría han incorporado mejoras como la subtitulación automática, lectores de pantalla o descripciones alternativas para imágenes, lo cierto es que aún están lejos de ser totalmente inclusivas y este tipo de barreras técnicas aún siguen dificultando el uso autónomo por parte de algunas personas con discapacidad, especialmente de aquellas que tienen dificultades visuales, cognitivas o del desarrollo.
Pero, como en todo, frente a los desafíos surgen iniciativas esperanzadoras. Algunos programas de formación ya están capacitando a personas con discapacidad en habilidades digitales y comunicación audiovisual. En muchos centros ocupacionales y fundaciones, como en la nuestra, se llevan a cabo proyectos donde los usuarios y usuarias crean contenido contando sus experiencias, generando así vínculos con la comunidad y rompiendo el aislamiento. De esta forma, no sólo participan en el entorno digital, sino que se les da autonomía y voz como agentes activos de inclusión.
Asimismo, también existen ya guías de buenas prácticas que promueven un uso ético y respetuoso de las redes sociales para personas con discapacidad. Éstas recomiendan, por ejemplo, obtener siempre el consentimiento explícito para salir en redes, evitar contenidos paternalistas o sensacionalistas o fomentar una representación variada que no se limite a los logros excepcionales o los mensajes inspiracionales, entre otras cosas.
Porque la discapacidad merece miradas que trasciendan el aplauso y el eslogan: es una dimensión humana más y permitir que quienes la viven en primera persona cuenten sus historias sin filtros, con sus propias palabras e imágenes, es una forma de justicia narrativa. Y, además, es una poderosa herramienta de transformación social.
El futuro de esta tendencia dependerá, en gran parte, de la voluntad institucional, política y tecnológica de crear un entorno digital verdaderamente inclusivo. Pero, sobre todo, del compromiso de la sociedad en su conjunto de escuchar esas voces. Y hacerlo con atención, sin condescendencia y con todo el interés del mundo.
Quizás lo más interesante no sea el número de seguidores que tienen estos creadores, sino la semilla que siembran: una sociedad que por fin –y quizás por primera vez sin intermediarios– empieza a mirar sin prejuicios y a escuchar con respeto.