En la edición de 2022, el informe sobre el estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo (SOFI) advierte que cerca de 924 millones de personas (el 11,7 % de la población mundial) afrontaron niveles graves de inseguridad alimentaria, lo que supone un aumento de 207 millones en un intervalo de dos años.
Estos datos arrojan una brecha de género en relación con la inseguridad alimentaria, la cual siguió aumentando en 2021, donde el 31,9 % de las mujeres del mundo la padecía de forma moderada o grave, en comparación con el 27,6% de los hombres. Se trata de una brecha de más de cuatro puntos, en comparación con los tres puntos porcentuales obtenidos en el año 2020.
Asimismo, según arroja el estudio, la inflación derivada de la pandemia y las medidas para contenerla provocaron que, en 2020, alrededor de 3.100 millones de personas en todo el mundo no pudieran permitirse mantener una dieta saludable. Es decir, 112 millones más que en 2019, cuando alrededor de 45 millones de niños menores de cinco años padecían emaciación, una de las formas más mortíferas de malnutrición, que aumenta hasta 12 veces el riesgo de mortalidad infantil.
El estudio, elaborado conjuntamente por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), la Organización Mundial de la Salud (OMS), el Programa Mundial de Alimentos (PMA) y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), destaca un incremento notable, a partir de 2020, en el número de personas afectadas por el hambre. De este modo, tras el 8% de la población mundial víctima del hambre en 2019, el trabajo subraya un aumento hasta el 9,3% en 2020 y hasta el 9,8% en 2021.
Falta crónica de nutrientes esenciales
Además, el informe SOFI también revela que 149 millones de niños menores de cinco años sufrían retraso en el crecimiento y el desarrollo debido a la falta crónica de nutrientes esenciales en su dieta, mientras que 39 millones tenían sobrepeso.
A este respecto, tal y como subraya Catherine Russell, directora ejecutiva de UNICEF, “la magnitud de la crisis de malnutrición requiere una respuesta sin precedentes. Debemos redoblar nuestros esfuerzos para garantizar que los niños más vulnerables tengan acceso a dietas nutritivas, inocuas y asequibles, así como a servicios de prevención, detección y tratamiento tempranos de la malnutrición”.
En la misma línea, afirmó que “con la vida y el futuro de tantos niños en juego, este es el momento de intensificar nuestra ambición por la nutrición infantil; no podemos perder el tiempo”.
Por otro lado, el informe también destaca que, de cara al futuro, se prevé que aproximadamente 670 millones de personas (el 8% de la población mundial) seguirán pasando hambre en 2030, aun teniendo en cuenta una recuperación económica mundial. Se trata de una cifra similar a la de 2015, cuando se estableció el objetivo de acabar con el hambre, la inseguridad alimentaria y la malnutrición para finales de esta década en el marco de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible.
Apoyos al sector alimentario
Además, pone de relieve que el apoyo mundial al sector alimentario y agrícola representó un promedio anual de casi 630.000 millones de dólares entre 2013 y 2018, un apoyo que, mayoritariamente, se destina a los agricultores individualmente a través de las políticas sobre comercio y mercados y de subvenciones fiscales.
No obstante, según algunas de las principales conclusiones del estudio, “este apoyo no solo distorsiona el mercado, sino que tampoco está llegando a todos los agricultores, daña el medioambiente y no promueve la producción de alimentos nutritivos que conforman una dieta saludable”.
Esto se debe, entre otras cosas, a que las subvenciones suelen dirigirse a la producción de alimentos básicos, lácteos y otros alimentos de origen animal, especialmente en aquellos países de ingresos altos y en los países de ingresos medianos-altos. Sin embargo, en países con ingresos bajos, el arroz, el azúcar y las carnes de diversos tipos son los alimentos que más incentivos reciben a nivel mundial, mientras que las frutas y las hortalizas reciben un apoyo relativamente menor.
Asimismo, advierte que, ante la amenaza de una recesión mundial y las consecuencias que comporta para los ingresos y gastos públicos, una forma de contribuir a la recuperación económica pasa por adaptar el apoyo a la alimentación y la agricultura para destinarlo a alimentos nutritivos allí donde el consumo per cápita aún no alcanza los niveles recomendados para llevar a cabo una dieta saludable.
Por último, el informe subraya, a modo de conclusión, que los gobiernos podrían hacer más por reducir los obstáculos al comercio de alimentos nutritivos como las frutas, las hortalizas y las legumbres. En este sentido, los datos sugieren que, si los gobiernos adaptan los recursos que están utilizando para incentivar la producción, la oferta y el consumo de alimentos nutritivos, contribuirán a hacer las dietas saludables menos costosas y más asequibles y equitativas para todas las personas.