¿En qué momento Pablo Álvarez, el leonés, mira al cielo y se da cuenta que quiere ser astronauta y viajar al espacio?
De pequeño, nos pasa todos de niños, te fijas en el espacio, en los planetas y en la Luna, y te cuentan que hay personas que ya han pisado nuestro satélite. Fue en ese momento cuando se me despertaron las ganas de hacer algo fuera de lo normal.
Es verdad que cuando vuelves al instituto te das cuenta de que, quizás, esa no es una opción muy realista para tu futura carrera, que es muy complicado viajar al espacio y que, a lo largo de la historia, hay muy poca gente que haya tenido esa oportunidad. De hecho, en España solo tenemos el ejemplo de Pedro Duque. Si el dato lo ampliamos a todos los países, alrededor de unas 600 personas han salido fuera de nuestro planeta, a día de hoy. Al final, es muy complicado porque somos muchos los que queremos hacerlo y la gente que lo consigue está muy preparada.
Todo cambió en 2009. Vi un anuncio de la Agencia Espacial Europea (ESA), que estaba buscando nuevos astronautas, y volví a soñar con ir al espacio. Preparé mi currículo y mi carta de motivación… todo con mucho cuidado, pero éramos más de 22.500 aspirantes para cinco plazas de astronautas de carrera y dos reservistas. Parece que es la típica historia que siempre le pasa a otra persona y me pasó a mí.
¿Cómo llega uno a ser astronauta?
Lo primero que se necesita es una formación científica: ser ingeniero, médico, tener cualquier formación técnica o ser piloto de pruebas. También estar relativamente sano, más que por una posible discapacidad, por todo lo que tu cuerpo cambia mientras está en el espacio. En ese entorno los músculos y los huesos se deterioran, cambian muchas cosas en el metabolismo además de la radiación que se recibe. Las agencias espaciales no quieren correr el riesgo de llevar como tripulante a una persona con alguna enfermedad que se pudiera ver afectada.
En este primer filtro se incluye como obligatorio hablar inglés y, al menos, algún otro idioma, tener un máster y la licencia médica de piloto. La licencia médica se añadió al principio porque, anteriormente, se invertía mucho dinero en formar a posibles astronautas y, en algunos casos, a última hora, te echaban tras ese desembolso por ser, por ejemplo, daltónico.
Luego, el candidato debe superar las pruebas. Durante 18 meses, hubo seis fases distintas con unas 100 pruebas, con exámenes de Física, Matemáticas, Inglés, memoria, coordinación, ojo-mano, multitarea… todo lo que uno se pueda imaginar.
Además, nos sometieron a una gran cantidad de test psicológicos, entrevistas, dinámicas de grupo para estudiar nuestro comportamiento con los compañeros, cinco días de pruebas médicas en el hospital… Cuando alguien piensa en las pruebas que un astronauta debe superar se suele imaginar pruebas físicas muy exigentes, pero la realidad es que son más medicas.
El astronauta debe estar sano porque muchos de los experimentos que realiza en el espacio son para comprobar cómo evoluciona su cuerpo en condiciones de microgravedad. Así reciben un mayor retorno a esa inversión.
“El acceso al espacio va a cambiar en los próximos años. Va a ser mucho más accesible”
¿Trabajaste durante esos 18 meses?
En realidad, como buscan gente que haya tenido una carrera profesional relativamente buena, con puesto de responsabilidad, todos los candidatos estábamos trabajando. Son 18 meses en los debíamos compaginar las pruebas con nuestro empleo.
¿En qué consiste la formación en el Centro de entrenamiento de la Agencia Espacial Europea (ESA) en Colonia?
El primer año es un entrenamiento básico. Este consiste en que todos los astronautas necesitamos ponernos al mismo nivel en las distintas cosas básicas que debemos dominar. Somos cinco astronautas de carrera que estamos entrenando: hay un médico, una piloto, una astrofísica y dos ingenieros. Por tanto, tenemos desde clases de ingeniería o de medicina, a teóricas enfocadas a la estación espacial, psicología... Es como volver a la universidad.
Tenemos entrenamiento físico en el gimnasio y de supervivencia en agua porque, aunque sabes dónde aterrizas, siempre algo puede ir mal; y de invierno con dinámicas de grupo en condiciones algo extremas. Hay que tener en cuenta que en el espacio nos enfrentaremos a condiciones extremas y hay que desarrollar también esas capacidades.
Recibimos tanta formación distinta que no sabría decirte cómo es un día normal, todos los días son distintos. Podemos tener un examen de ruso, prepararnos para una inmersión en la piscina, entrenar por si hay que salir de la nave y reparar algo o instalar algún componente… Todo muy diverso.
¿Qué es lo más duro de esta preparación?
Una de las cosas más difíciles es que este es un trabajo que requiere mucha dedicación, muchos viajes y mucho tiempo. Una vez te asignan una misión estás dos años preparándote y viajando por todo el mundo, y luego son seis meses de misión. Además, una vez vuelves a la Tierra no termina el trabajo. De hecho, es justo cuando el astronauta está más atareado porque todos los médicos quieren un poco de ti para todos sus estudios, al igual que la prensa o tu familia, que te echaba de menos… hay que dividirse.
¿Hay opciones de que vayas al espacio?
Hasta ahora, todos los astronautas de la Agencia Espacial Europea que han estado en mi posición han volado. Sí que hubo un caso de un astronauta belga en los años 90 que no terminó viajando al espacio, pero aún no estaba formado el cuerpo de astronautas europeos como tal. De todos modos, nunca se sabe lo que va a pasar: una enfermedad o una mala caída puede tener un impacto que sea incompatible con volar. Quitando estos casos, en principio, volaría.
En caso de que un astronauta no pueda continuar con la misión por un tema médico, cuenta con un sustituto asignado para que la misión siga adelante.
"Hay satélites que hacen un mapeado de la altura del planeta y, cuando hay una desviación, alertan a los expertos y saben prevenir catástrofes, como inundaciones"
Dicen que la misión, posiblemente, sea entre 2026 y 2030. ¿En qué consistirían estos viajes?
Al final, la estación espacial es un laboratorio con unas condiciones únicas en el mundo, con microgravedad, donde desarrollamos experimentos aprovechando precisamente eso, la falta de gravedad, porque las cosas se comportan de otra forma en ese entorno.
Un ejemplo de uso sería para el desarrollo de medicinas. Las proteínas cristalizan de forma distinta en gravedad cero, por lo que se pueden conseguir cristales mucho más grandes que nos ayuda a conseguir medicinas que, en la Tierra, serían imposibles de conseguir.
Hay muchos experimentos médicos en los que somos, de alguna forma, conejillos de indias. Se estudia cómo se deterioran nuestros huesos o cómo conseguimos reducir ese deterioro. Los resultados pueden usarse en investigaciones sobre osteoporosis.
Cuesta explicar todo lo que hacemos porque cada astronauta participa durante los seis meses entre 200 y 250 experimentos distintos. Cada día tenemos 8 horas de trabajo en los que realizamos experimentos, y esa es la razón de ser de la estación espacial.
¿Se puede cuidar la Tierra desde el espacio?
El espacio es necesario para cuidar la tierra porque los satélites de observación de la Tierra pueden controlar muchas variables que, de otra forma, sería impensable. Por ejemplo, contamos con un satélite que comprueba el espesor de los polos: en concreto, mide la temperatura y el espesor de los polos cada hora y media. Si tuviera que ir una persona tendría que realizar una medición de un único punto en solo una zona, y encima debería estar ahí de forma permanente. Esto se puede aplicar a muchos temas, como la prevención de incendios, las erupciones volcánicas...
Hay satélites que hacen un mapeado de la altura del planeta y, cuando hay una desviación, alertan a los expertos y saben prevenir catástrofes, como inundaciones, y ayudan en previsiones meteorológicas.
Además, cada día, sin saberlo, cada persona interactúa con unos 200 satélites distintos. Es más, cada vez que un ciudadano entra en internet es probable que algo de la información que solicita haya pasado por algún satélite. Solo en Google Maps se interacciona con cuatro satélites distintos de gps. No somos muy conscientes pero el espacio está muy presente en nuestro día a día.
¿Qué se siente al poder estar entre las 600 personas que hasta el momento han podido ir al espacio?
De alguna forma, da un poco de vértigo. Cuando me apunté no era muy consciente de lo que suponía ser astronauta. Ahora, trabajando en el centro europeo, me doy cuenta de todo lo que implica. Muchísimas personas trabajan diariamente a nuestro alrededor con el objetivo de enviarme al espacio. Esto es un honor pero también una responsabilidad. Al final, voy a estar manejando una nave espacial que podría considerarse una de las estructuras humanas más icónicas y caras de la historia.
“Hay que aprender del pasado y hacer que el acceso al espacio sea lo más sostenible posible”
Hay un creciente interés por el espacio. ¿Por qué razón?
Estamos viviendo una revolución en el sector. El acceso al espacio va a cambiar en los próximos años, va a ser mucho más accesible, aunque sigo creyendo que no va a ser para todo el mundo. Lo que sí tenemos que hacer es aprender del pasado y hacer que este acceso sea lo más sostenible posible, que el viaje contemple un retorno científico y tecnológico para mejorar la vida de todos en la Tierra. Este tiene que ser el principal enfoque, tener en cuenta un desarrollo sostenible del sector.
¿Cómo se viaja al espacio de forma sostenible?
Casi todos los cohetes de mayor tamaño están recuperando la primera etapa. Hay varios cohetes que queman hidrógeno, que implica quema agua, otros queman metano.
También se gestiona la basura espacial, esto es bastante importante. Hace poco, la Unión Europea y la Agencia Espacial Europea acordaron una política de aumento cero de la basura espacial, es decir, que todos los satélites que se enviasen al espacio tuvieran una reentrada en la atmósfera o que si se lanzase uno se tuviera que recuperar otro. De esta forma, no aumentaría la basura espacial.
También hay que pensar en lanzar un cohete al espacio lo más sostenible posible. Si bien es cierto que un cohete contamina, en cuanto a CO2, más o menos lo mismo que un vuelo intercontinental, también lo es que hay muchos menos lanzamientos de cohetes que vuelos intercontinentales cada día. Además, los lanzamientos espaciales tienen un retorno científico, por lo que no es comparable en ese sentido. Sin embargo, eso no quita que lo tengamos que hacer lo más sostenible y ecológico posible. Se puede ir al espacio dañando el entorno lo menos posible.
Para terminar, ¿qué opinión tienes del turismo espacial?
Es una pregunta complicada. Es importante aprovechar las cosas buenas que traen, como el desarrollo tecnológico y la posibilidad de conseguir un retorno científico. El turismo espacial también debe tener un propósito científico, no solo que alguien viaje al espacio para pasarse diez días metido en una cápsula sin hacer nada. Podría ser un modelo que funcione. Así, la parte privada y turística podría financiar la ciencia. Se pueden encontrar bastantes soluciones para hacer sostenible el viaje y conseguir que esa financiación privada también ayude al desarrollo científico y tecnológico. Se pueden hacer las cosas bien, para eso están las agencias y los estados intentando controlar y regular el acceso al espacio.