“Les deprecio porque pudiendo hacer tanto se han atrevido a tan poco”
Albert Camus
“Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados de razón y conciencia, tienen el deber de comportarse fraternalmente los unos con los otros”, establece el artículo primero de la Declaración de los Derechos Humanos de 1948, esta gran guía que ilumina los rumbos del futuro. El primer párrafo del preámbulo, indica que, con el ejercicio de estos derechos, se “liberará la humanidad del miedo”. Es muy importante tenerlo en cuenta hoy, de nuevo, cuando, por fin, contamos con la capacidad de expresión irrestricta y de participación no presencial para hacer posible la puesta en práctica de estos derechos y deberes, basados en la igual dignidad de todos los seres humanos, e inspirados por los “principios democráticos”, como tan lúcidamente se expresa en la Constitución de la UNESCO, entidad intelectual del Sistema de las Naciones Unidas.
En este sentido, es importante tener en cuenta que en 1989 se aprobó en las Naciones Unidas, a propuesta de UNICEF, la Convención sobre los Derechos del Niño, reconociendo el protagonismo de los niños y niñas como sujetos de derechos. Este documento establece unas normas esenciales para garantizar la protección de los derechos de la infancia. Hablando de derechos, es preciso destacar aquí -¡deber de memoria!- que por un inexplicable cambio de opinión de última hora el Presidente Republicano de los Estados Unidos y anfitrión de la reunión, George Bush, declinó firmar… y, sigue siendo, después de 33 años, el único país del mundo que no ha suscrito la Convención. Así mismo, la Conferencia sobre Derechos Humanos celebrada en Viena en los meses de junio y julio de 1993, donde se hizo una puesta al día muy importante de los derechos humanos, al tiempo que se ampliaba el ámbito de los mismos, haciendo especial hincapié en el derecho a la educación, las comunidades indígenas, la mujer, las personas discapacitadas, el desarrollo…
El derecho supremo es el derecho a la vida, porque condiciona el ejercicio de todos los demás. Quienes atentan contra este derecho esencial deben ser identificados -con todos los medios tecnológicos, personales y financieros al alcance- y llevados ante los tribunales. Cuando hablamos de la vida nos referimos a una vida digna. Es por ello que hemos propuesto, en el 75 aniversario de la Declaración Universal, la inclusión de la detección y tratamiento en los neonatos de las enfermedades que cursan con irreversible alteración neurológica. Son decisiones que deben adoptarse a un nivel constitucional, para que no sean afectadas por la discrecionalidad de Estados feudales o Comunidades Autónomas.
Durante siglos, el ámbito de la vida humana se hallaba muy limitado: se nacía, se crecía… y se moría en unos pocos kilómetros cuadrados. Pero, en muy pocas décadas, los horizontes personales se han ido ampliando, hasta tal punto de adquirir naturaleza global e instantánea, es decir, ciudadanía mundial. El poder absoluto se ejercía por un grupo limitado de varones y la mujer se hallaba totalmente marginada. Hasta ahora, si miramos cuidadosamente hacia atrás, la gente nunca ha figurado en el estrado. Hemos sido súbditos, plantando en surcos ajenos, luchando por causas con frecuencia opuestas a las nuestras. Ahora ha llegado el momento de participar, de ser tenidos en cuenta, de ser ciudadanos plenos. Ha llegado el momento de modificar, pacíficamente, los supuestos que han prevalecido durante siglos y siglos. Supuestos de obediencia ciega y de servicio de preeminencia, de predominio. Hasta hace unas décadas, la vida, que es lo único -maravillosa, asombrosa, inquietante- de que disponemos, debía ofrecerse, sin alternativas posibles, cuando así lo disponía el poder, a la vez próximo y lejano, a cuyos designios “pertenecíamos”.
Todo nos concierne. Todo nos afecta y somos conscientes de ello… aunque, muy a menudo, se nos “distraiga”, convirtiéndonos en espectadores en lugar de actores, en individuos en lugar de personas que actúan según sus propios criterios, que en esto consiste la educación.
"Paz basada en la justicia, en la libertad, en la igualdad, en la solidaridad. ¡Ese es el reto! Todos distintos, todos iguales. Nadie sometido, nadie aceptando inercias ni supuestos que llevan a admitir lo inadmisible, a vivir súbditos"
Paz basada en la justicia, en la libertad, en la igualdad, en la solidaridad. ¡Ese es el reto! Todos distintos, todos iguales. Nadie sometido, nadie aceptando inercias ni supuestos que llevan a admitir lo inadmisible, a vivir súbditos y no ciudadanos que participan, que asienten o disienten, que construyen democracia cada día con su comportamiento. Cultura de paz que no guarde silencio -a veces a qué precio- cuando la dignidad humana exige que la palabra -nunca la espada- se eleve luminosa y fuerte. Día a día, paso a paso, consolidando una cultura de paz, de serenidad, de reflexión y elaboración de las propias opiniones, sin actuar al dictado de nadie. La educación es el mejor antídoto del extremismo, del fanatismo, de la arrogancia, de la intransigencia.
Camino a contraviento, sembrando semillas de amor y desprendimiento para que el futuro sea menos sombrío que el presente, para que nuestros descendientes, nuestro único compromiso, nuestra única esperanza, no hallen la casa desvencijada y fría.
Paz en uno mismo, paz en casa, paz en el pueblo, en la ciudad... paz en el mundo. Con un abrazo indeclinable, con proximidad constante, con projimidad oferente, a quienes más han sufrido, a quienes más han llorado. Cultura de paz para reducir disparidades y asimetrías y aliviar, hasta extinguirla, la vergüenza colectiva que representan los miles de seres humanos que mueren de hambre todos los días. Y así, sin cesar, sin cejar, en favor de los más vulnerables, de los más afectados, los más heridos, los más tristes, podremos mirar a nuestros hijos y nietos a los ojos y decirles: “Hemos hecho cuanto pudimos”.
"Ha terminado la larga historia de los súbditos para iniciar la historia de los ciudadanos libres, para transitar desde la cultura de la fuerza y la imposición a la cultura de la conciliación, del diálogo y de la paz"
Todos distintos, todos unidos, debemos mostrar ahora que ha llegado el siglo de la gente. Que ha terminado la larga historia de los súbditos para iniciar la historia de los ciudadanos libres, para transitar desde la cultura de la fuerza y la imposición a la cultura de la conciliación, del diálogo y de la paz. No es sólo una posibilidad, es una exigencia ética, un compromiso insoslayable con nuestros descendientes.
Cuando observamos los arsenales colmados de cohetes, bombas, aviones y barcos de guerra, submarinos... y volvemos la vista hacia los miles de seres humanos que viven en condiciones de extrema pobreza sin acceso a los servicios de salud adecuados... y contemplamos consternados el deterioro progresivo de las condiciones de habitabilidad de la Tierra, conscientes de que debemos actuar sin dilación porque se está llegando a puntos de no retorno en cuestiones esenciales del legado intergeneracional.
Cuando nos apercibimos de la dramática diferencia entre los medios dedicados a potenciales enfrentamientos y los disponibles para hacer frente a recurrentes catástrofes naturales (incendios, inundaciones, terremotos, tsunamis,...) constatamos, con espanto, que el concepto de "seguridad" que siguen promoviendo los grandes productores de armamento es no sólo anacrónico sino altamente perjudicial para la humanidad en su conjunto, y que se precisa, sin demora, la adopción de un nuevo concepto de "seguridad", bajo la vigilancia atenta e implicación directa de las Naciones Unidas.
Deber de memoria. Deber de memoria con las víctimas, con los que se fueron para siempre, con los que se han quedado, con tanto sufrimiento. Las víctimas no tienen partido ni color de piel ni pertenencia otra que la de haber sido arrollados por la violencia, por la sangrienta y cobarde acción terrorista. Deber de firmeza y coraje con quienes, víctimas del terror del fanatismo, de la ignorancia, la superstición, el sometimiento…
"Deber de solidaridad. Y nunca el silencio. Debemos la voz en favor de los que han sufrido el fanatismo, el extremismo, la ira, el odio, la exclusión"
Deber de justicia para no seguir, intransigentes, soberbios, conduciendo las riendas de las máquinas de guerra, de destrucción, sin querer plegarse a las normas internacionales, a la acción concertada multilateral. Deber de solidaridad. Y nunca el silencio. Debemos la voz en favor de los que han sufrido el fanatismo, el extremismo, la ira, el odio, la exclusión. Debemos la voz, sin cesar, a los que, habiendo sufrido tanto, sólo desean que su dolor haya servido para evitar horrores similares en el futuro.
Todos juntos podemos, todos juntos para recordar, para levantar nuestra voz, para contribuir a identificar a los culpables, para evitar, en un gran movimiento de solidaridad mundial, que existan asimetrías e injusticias de tal magnitud que lleven al genocidio silencioso, terrible, de la emigración, del desamparo, de la desesperación. Para el “nuevo comienzo”, para la gran inflexión de las tendencias actuales (crisis económica, ecológica, alimenticia, ética…) es imprescindible creer y poner en práctica el precioso verso de Miquel Martí i Pol: “El por-venir está por-hacer… pero ¿quién, si no todos?”.
"Hemos de unirnos para crear una sociedad global sostenible basada en el respeto a la naturaleza, los derechos humanos universales, la justicia económica y la cultura de paz. Tenemos que procurar que nadie se sienta excluido en esta elección, para hacer posible un nuevo comienzo. Es necesario dar fin a un sistema que, desde tiempo inmemorial, se ha basado en el poder masculino absoluto"
Comienza así el preámbulo de la Carta de la Tierra: “Nos hallamos en un momento crítico de la historia de la Tierra, en el cual la sociedad ha de elegir su futuro. A medida que el mundo se hace más interdependiente y frágil, el futuro presenta a la vez grandes riesgos y grandes promesas… Somos una sola familia humana y una sola comunidad con un destino común. Hemos de unirnos para crear una sociedad global sostenible basada en el respeto a la naturaleza, los derechos humanos universales, la justicia económica y la cultura de paz”. Tenemos que procurar que nadie se sienta excluido en esta elección, para hacer posible un nuevo comienzo. Es necesario dar fin a un sistema que, desde tiempo inmemorial, se ha basado en el poder masculino absoluto. Unos cuantos hombres, muy pocos, han ejercido el mando de tal forma que hasta la propia vida debió ofrecerse a sus designios sin discusión posible.
Me gusta destacar, por ser de gran actualidad, que deben ser los pueblos a quienes se encomiende tomar en sus manos las riendas del destino; que es indispensable construir la paz para evitar, de este modo, el “horror de la guerra” y que la solidaridad intergeneracional constituye el compromiso supremo de todo ser humano. Se trata de una inaplazable responsabilidad. No se puede mirar a los ojos de la juventud y de la infancia sin poner remedio, inmediatamente, a la actual deriva de la calidad de vida en el planeta. “¡Saper aude!”, exclamó Horacio. Sí: atreverse a saber y saber atreverse. Es imperativo reaccionar cuando el mundo está cerca de alcanzar puntos de no retorno.
Nos encontramos en un momento de inflexión. Es necesario que todos nos manifestemos para constituir las auténticas democracias que son precisas a escala local y global. Las crecientes desigualdades sociales, el deterioro del medio ambiente, la debacle cultural, conceptual y moral... claman por una modificación radical de las tendencias actuales.
"Alcemos la voz… Ahora, por primera vez en la historia, “Nosotros, los pueblos”, ya hombre y mujer, podemos expresarnos libremente. Ahora ya podemos concertar hora y día para que desde millones de móviles rechacemos las decisiones intolerables de líderes que anuncian que no van a seguir los Acuerdos sobre Cambio Climático y sobre los Objetivos de Desarrollo Sostenible, poniendo en riesgo la calidad de vida de los habitantes de la Tierra"
Alcemos la voz… Ahora, por primera vez en la historia, “Nosotros, los pueblos”, ya hombre y mujer, podemos expresarnos libremente. Ahora ya podemos concertar hora y día para que desde millones de móviles rechacemos las decisiones intolerables de líderes que anuncian que no van a seguir los Acuerdos sobre Cambio Climático y sobre los Objetivos de Desarrollo Sostenible, poniendo en riesgo la calidad de vida de los habitantes de la Tierra. Digamos, alto y fuerte a todos los que ahora son responsables de la puesta en práctica de la Agenda 2030 que es inaplazable una nueva cosmovisión, con nuevos estilos de vida. El gran desafío a la vez personal y colectivo es cambiar de modelo de vida. El mundo entra en una nueva era. Tenemos muchas cosas que conservar para el futuro y muchas otras cosas que cambiar decididamente. Por fin, los pueblos. Por fin, la voz de la gente. Por fin, el poder ciudadano. Por fin, la palabra y no la fuerza. Una cultura de paz y no violencia y nunca más una cultura de guerra. Es esencial poner en práctica el primer párrafo de la “Agenda 2030 para desarrollo sostenible”, de la Resolución para “transformar el mundo” aprobada en la Asamblea General de las Naciones Unidas el 25 de septiembre de 2015.
Estamos ante una nueva era donde ya no se puede aceptar una información ciudadana precaria, y con frecuencia sesgada; justicia lenta y basada en leyes manifiestamente mejorables. En los comicios electorales se cuenta a los ciudadanos a los que luego no se tiene en cuenta normalmente. En el proceso de uniformización y entretenimiento se convierte a la mayoría de los ciudadanos en espectadores impasibles de lo que sucede. Se debe exigir una información veraz en todo momento. Es impostergable –y primerísima acción de “Nosotros, los pueblos”- eliminar el veto en las Naciones Unidas y en Europa para que, ¡después de 78 años! sea posible, “evitar el horror de la guerra a las generaciones venideras”. Ahora ya podemos, ahora ya debemos.